Este relato lo encontré de casualidad hace unos días. Por la fecha del archivo parece que es de 2015, pero no lo veo publicado por ninguna parte (ni en Sonymage, ni en mi blog ni en mis recopilaciones impresas). Así que se debe tratar de un relato inédito. No sé si en su día se me traspapeló o es que no me gustó nada. Bueno, pues ahí lo dejo a ver qué pasa.
Celia K.
A los K. les encantaba tener invitados en casa. Seguramente por eso es por lo que estábamos mi tía Amalia y yo pasando una semana en casa de los K. La boda de su hija Celia no era más que una excusa. Los K. se aburrían si no tenían gente en casa para hacer de anfitriones, mostrar sus posesiones y contar sus anécdotas.
El señor K. había sido un militar de renombre, alto cargo del ejército, que se había codeado con políticos y empresarios de medio mundo. Compañero del marido de mi tía Amalia. Solo que mi tía Amalia tuvo la astucia de quedarse viuda en el mejor momento, de eso hace más de veinte años.
Celia y yo tuvimos una fugaz aventura de adolescentes de la que quedó una amistad fraternal. Mi tía hubiera preferido que cuajara el amor y lo repetía sin reparo siempre que la ocasión se presentaba. "¡Qué buena pareja hacían estos chicos!"
Celia me quería como a un hermano y, por lo tanto, era tan pesada como una hermana. Metiéndose en mi vida privada como si fuera accionista mayoritaria.
Aquella semana en casa de los K. aproveché para leer y observar pájaros. Había recopilado la media docena de novelas que tenía a medias, con la firme intención de finiquitar una buen parte de ellas. Y sabiendo que el palacete de los K. gozaba de un amplio jardín botánico incluí mi cuaderno de notas y mi atlas ornitológico.
Pájaros y libros. Excelente plan para una semana anodina con mi tía y los K. Una semana en la que todavía no tendría noticias de la publicación de mi última novela. Una semana perfecta para evadirme del estrés de mis rutinas y manías.
Mi tía Amalia solía llevarme de acompañante en sus correrías que ella denominaba obligaciones sociales. Las más de las veces tratando de emparejarme con bellas señoritas de buena familia, que, según ella, me convenían para sentar la cabeza.
Por supuesto Celia había sido una de ellas. Y yo creo que mi tía aún tenía la esperanza de que se anulase la boda y ofrecerme a mí como novio sustituto.
Celia era una chica mona, de buenos modales y buena familia. Una perita en dulce, en palabras de mi tía. Pero Celia era al mismo tiempo culta e ignorante.
¿Cómo se puede ser culto e ignorante al mismo tiempo? A Celia le gustaba leer, la música clásica y el cine. Podría estar hablando horas y horas de las obras de Houellebecq, de Sandor Marai, de Tchaikovsky o de Coppola. Podría hablar de la situación política de centroamérica o de los ingredientes de la vichyssoise sin inmutarse. Pero, a pesar de ello, Celia vivía en su propio mundo. Un mundo que ella misma había creado y se lo creía a pies juntillas. Un mundo en el que los buenos eran buenos, y los malos, malos. Las cosas muy sencillas, desde su punto de vista. Lo que no le interesaba, no existía.
El desayuno en el jardín de los K. era una delicia. Sobre todo condimentado con la lectura de un Murakami y los trinos matutinos de los verderones y el mirlo. El mirlo del jardín de los K. picoteaba un poco el césped y en seguida se subía a una rama del magnolio a improvisar un aria. Yo no sabía a qué carta quedarme: el negro mirlo o el amarillo japonés. Y lo cierto es que apenas avanzaba la lectura.
El martes Celia nos presentó a su prometido. Un mocetón rubio. Atlético por fuera, pero merengue por dentro. Deportista sonriente de cabeza hueca. Imposible mantener una conversación. Y menos con Celia. Imposible que le siguiera el ritmo.
Me excusé alegando asuntos urgentes minutos antes de que mi tía Amalia iniciase su interrogatorio al pretendiente. En mi habitación revisé el filo de mi navaja suiza pensando en el insulso novio.
Para el miércoles ya había terminado tres de mis lecturas. Houellebecq, Zweig y Nemirovsky. Y había clasificado la fauna ornitológica del jardín de los K. Seis verderones, muchísimos gorriones, una pareja de mirlos y un colirrojo. Para celebrarlo me fui a darme un chapuzón a la pequeña pero coqueta, piscina de los K. Celia se pasaba las mañanas en el Ritz, supongo que ultimando los detalles del banquete. Y yo leía la prensa en el jardín de los K.
"Encuentran el cadáver del conocido deportista, heredero de una de las familias más adineradas del país, en los servicios de caballeros de la planta cuarta de El Corte Inglés... múltiples heridas de arma blanca, probablemente una navaja suiza..." Una idea interesante para mi próxima novela. Tendré que camuflarla para que Celia no se dé por aludida. Celia siempre se lee todos mis libros. Y es con ellos casi tan crítica como con mi vestimenta.
Celia K. (2015)
Re: Celia K. (2015)
Sería terrible que hubieras perdido este relato corto, pues es magnífico, David.
La idea es ingeniosa, pero, sobre todo, me ha gustado la descripción del ambiente, del entorno... , la he visualizado perfectamente y eso no es fácil de conseguir. Sólo un avezado escritor, como tú, es capaz de alcanzar ese propósito en el lector.
Enhorabuena por esta deliciosa narrativa
La idea es ingeniosa, pero, sobre todo, me ha gustado la descripción del ambiente, del entorno... , la he visualizado perfectamente y eso no es fácil de conseguir. Sólo un avezado escritor, como tú, es capaz de alcanzar ese propósito en el lector.
Enhorabuena por esta deliciosa narrativa